Fotógrafo
Iller Bedogni
HABANA
Así vine aquí, no fue difícil, llegué en silencio, sólo soy uno entre muchos. Miré esta ciudad, su gente, los ojos de los niños. No pensé en la dificultad de captar todo esto con la cámara, simplemente lo hice sin apartar nunca los ojos de aquellos muros decadentes, ni de la dignidad de todas las personas que una vez más consiguieron conmoverme. En mi último viaje fui testigo de la renovación, o quizás sólo la observé, y puedo decir que es hermosa, llevada a cabo con respeto por la cultura y la historia. La última vez que dejé la ciudad, con mi maleta en la mano, el mar frente a mí y la Habana Vieja a mis espaldas, pensé que había tenido suerte porque este lugar consiguió cambiarme. Me fui envuelto en las luces y sombras de las imágenes que había coleccionado a lo largo de los años; volví a mis aviones y a mi trabajo, sabiendo que el silencio había terminado. Al taxista que, con su viejo coche y sus pantalones desgastados por la pobreza, se me acerca y me pregunta si quiero volver a pasar por Habana Vieja de camino al aeropuerto, le digo que no. Quiero dejar así esta ciudad, abandonada al viento y al desorden, esperando que el tiempo ya no pueda robarle nada.
Iller Bedogni
Recopilación:
HABANA
Así vine aquí, no fue difícil, llegué en silencio, sólo soy uno entre muchos. Miré esta ciudad, su gente, los ojos de los niños. No pensé en la dificultad de captar todo esto con la cámara, simplemente lo hice sin apartar nunca los ojos de aquellos muros decadentes, ni de la dignidad de todas las personas que una vez más consiguieron conmoverme. En mi último viaje fui testigo de la renovación, o quizás sólo la observé, y puedo decir que es hermosa, llevada a cabo con respeto por la cultura y la historia. La última vez que dejé la ciudad, con mi maleta en la mano, el mar frente a mí y la Habana Vieja a mis espaldas, pensé que había tenido suerte porque este lugar consiguió cambiarme. Me fui envuelto en las luces y sombras de las imágenes que había coleccionado a lo largo de los años; volví a mis aviones y a mi trabajo, sabiendo que el silencio había terminado. Al taxista que, con su viejo coche y sus pantalones desgastados por la pobreza, se me acerca y me pregunta si quiero volver a pasar por Habana Vieja de camino al aeropuerto, le digo que no. Quiero dejar así esta ciudad, abandonada al viento y al desorden, esperando que el tiempo ya no pueda robarle nada.
Iller Bedogni
Habana vieja
La reconstrucción ya ha comenzado. El Plan Maestro para la “revitalización integral” del centro histórico de La Habana y su Ciudad Vieja está involucrando a técnicos y recursos de muchas partes del mundo. Se habla de recuperación y reutilización, de desarrollo humano sostenible del Centro Histórico reconocido por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad en 1982.
¿Qué será de esta ciudad y del fino velo de nostalgia que la cubre, de su bella decadencia que se desmorona? ¿Qué llenará esta ausencia de carteles publicitarios, aquí donde no hay nada que comprar? ¿Qué ocupará el lugar de las grietas y hendiduras, las manchas de moho y la callejuelas con charcos de agua estancada, donde incluso falta basura porque aquí nadie tira nada?
Un NO dibujado en el derruido muro bajo, apenas opuesto al mar Caribe, me saluda a la entrada de la Ciudad Vieja. Este NO mudo e indescifrable no pretende ser una oposición al progreso, sino una petición de ayuda y de respeto para un alma antigua, que aún palpita de sufrimiento y de pequeñas alegrías en los juegos de los niños, en las miradas claras y vividas de la gente de la calle, en la siesta complaciente de un anciano en una carretilla.
Yo también quería recoger una parte de esa herencia: ser uno entre tantos que se detienen a jugar en la improvisada pista de canicas de cristal, que encuentran tiempo para sonreír a una niña y su muñeca occidental blanca como la nieve; uno, entre tantos que se mezclan con los grupos a la salida de la escuela y sienten el aliento de los poderosos muros de piedra y su rendición al tiempo.
Al salir de la ciudad, quizá por última vez, con la mirada aún dirigida hacia ese pequeño muro de piedra frente al mar, veo a un joven absorto y consciente de su futuro, luego una gran ola que se refracta, se rompe en mil gotas iridiscentes y deja caer un aguacero lleno de expectación y frágil esperanza.